El Ser dichoso
es mi naturaleza
Eternamente
Todos empleamos grandes palabras como amor, justicia, paz, felicidad y libertad. Son palabras que han sido tantas veces utilizadas con el único propósito de manipular la voluntad de otros que discernir su verdadero sentido y significado es cuestión de gran calado e importancia. El significado verdadero de todas ellas está entrelazado e íntimamente relacionado, pues en el fondo todas apuntan a una misma cosa. Por tanto, entender el significado de cualquiera de ellas supone situarse en posición de entender el significado de las otras. También es cierto que reflexionar sobre su significado es reflexionar sobre lo que somos.
Tratemos de entender, por ejemplo, el
significado de la palabra libertad. ¿En qué consiste la libertad?
Las respuestas fáciles como “hacer lo que se quiera” no son
satisfactorias. ¿Puedo ser libre haciendo lo que quiera si no estoy
seguro de qué es lo que quiero? ¿Puedo ser libre haciendo lo que
quiera si mi querer es hoy uno y mañana es otro distinto? Cualquier
respuesta en este sentido se verá descalificada por la experiencia.
¡Cuántas personas a lo largo de su vida no se habrán sentido
esclavizadas por lo que ayer quisieron y hoy ya no quieren; por lo
que ayer desecharon y hoy desean ardientemente! La libertad no puede ser esto,
pues la libertad libera, no esclaviza. De este razonamiento avalado
por la experiencia se deduce el origen de la libertad: La
libertad no puede estar fundada en lo mudable, en lo impermanente, la
libertad ha de provenir de aquello que no puede cambiar. Pero, ¿hay
algo en el ser humano que no sea mudable? Y dependiendo de la
respuesta a la anterior pregunta: ¿Puede ser libre el ser
humano? Y aún sobre estas dos cuestiones y sosteniéndolas, esta otra:
¿Qué cosa es el ser humano? Para responder tan crucial pregunta nos
vemos obligados a recurrir no sólo a la propia experiencia, que se
mostrará siempre insuficiente, sino también a las tradiciones
sapienciales. Para éstas en el ser humano se dan dos naturalezas,
una terrena y mudable y otra trascendente e inmutable. La primera de
estas naturalezas es la manifestación individual y sensible de la
segunda. Aquella es cambiante y multiforme, ésta es inmutable, única y sin forma. Si nos atenemos a lo antes dicho sobre el origen de la
libertad, tendremos que convenir que la libertad no puede tener sus
raíces más que en la naturaleza trascendente e inmutable de las
dos que componen al ser humano. Su naturaleza terrena,
en tanto que manifestación perceptible por los sentidos, carece de
realidad por cuanto no es más que apariencia pronta a desaparecer. Su naturaleza inmutable, por el contrario, es real por ser la fuente
de la naturaleza terrena y porque no puede desaparecer ni sufrir
menoscabo o cambio alguno. La ciencia actual, en cuanto búsqueda
honesta del conocimiento, está llegando a conclusiones equiparables a éstas pues ahora sabe que la materia no está compuesta por materia, sino
que su componente esencial es inmaterial. Este componente esencial no
ha podido ser definido por la ciencia satisfactoriamente hasta el momento, pero la
afirmación de la física moderna de que la energía (y por tanto la
materia) no se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma, apunta a que aquello en lo que el
Universo tiene su fundamento es permanente e inmutable.
Ahora nos es posible responder la
primera de las preguntas antes formuladas diciendo que en el ser
humano hay algo que no es mudable, sino permanente e inmutable. Éste
es su verdadero ser y, por tanto, el único que puede ser libre. Su
ser derivado, secundario y relativo no puede ser libre, pues al no
ser real sino sólo manifestación de lo real está sometido a todo
tipo de vicisitudes y por último a la desaparición. Así, la
segunda de las cuestiones se responde diciendo que el ser humano sólo
puede ser libre cuando en él se realiza su verdadera naturaleza.
Esto es la iluminación o el samadhi
en las tradiciones orientales, que supone la identificación o unión
con lo divino; es el estado de no-separación o perfecta unión. Si este es el estado de libertad perfecta, podríamos
hablar de grados de libertad según el nivel de
predominio de cada una de estas naturalezas. Cuando predomina la
naturaleza terrena, la identificación con el cuerpo y con lo
material conduce a buscar la satisfacción de los apetitos y deseos
corporales. Este estado se encuentra muy alejado de la libertad
pues en él domina la compulsión a buscar lo que se desea y huir de lo que se teme. Por el contrario, cuando predomina la naturaleza
superior los apetitos corporales, aun estando presentes, ocupan una
posición secundaria y subordinada. Es el estado más próximo a la
libertad. Realizar la libertad desde el estado de manifestación
individual en que nos encontramos es, por tanto, una tarea
que requiere esfuerzo, empeño y dedicación, pero sobre todo honestidad, pues al final se
llegará a descubrir que el obstáculo no era más que una ilusión que
se mantenía por nuestra creencia y apego por ella.
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