Son
muchos caños
manando
la verdad
mas
la fuente una
Habitamos ahora un mundo en el que todo es impermanente; la
decadencia, el dolor y la muerte están siempre presentes en él, y
nos preguntamos de dónde ha surgido este mundo. Si fuese obra de
Dios no podría ser como lo vemos, pues sus obras han de tener los
atributos de lo real: permanencia, inmutabilidad y perfección. Este
mundo debe ser producto de un pensamiento aparte de Dios, un
pensamiento que cree en la separación y de ese pensamiento han
surgido cosas que no poseen las cualidades de lo real y que parecen
estar apartadas y separadas de lo real. Ese pensamiento ha surgido en
nuestras mentes por un acto de voluntad y, por tanto, somos nosotros
los que hemos originado el producto de ese pensamiento, que es este
mundo. Para que mantenga su apariencia de existencia es necesario que
renovemos ese acto de voluntad a cada instante, y de ese modo hemos
dado lugar a la aparición del tiempo como algo diferente y opuesto a
la eternidad, que es la ausencia de tiempo. Pero, por otra parte, no
puede haber nada fuera de lo real y mucho menos nada que se oponga a
lo real. Esto es así porque lo real es todo lo que hay, no hay nada
más ni puede haber nada más, salvo lo creado por la propia
realidad, pero esto sigue siendo real porque nada creado por lo real
puede dejar de ser real; es decir, lo creado por lo que es eterno e
inmutable ha de ser también eterno e inmutable. Por tanto, nada real
puede perderse ni ser destruido ni sufrir decadencia, dolor ni
muerte. Es por fuerza entonces que el mundo que vemos no es real,
sino producto de nuestra mente y es ella la que lo mantiene por
nuestra voluntad de mantenerlo. De este modo, mientras creamos que es
real nos seguirá pareciendo real, pero no será sino pura
apariencia. Al hacer esto nos hemos convertido en aprendices de
brujos y jugamos al juego de las apariencias, en el que nada es lo
que parece.
El nacimiento de Cristo fue la manifestación de lo real en medio de
la apariencia y su crucifixión el intento de destruir lo real para
mantener el pensamiento de separación. Sin embargo, lo real no puede
ser destruido. De esta forma, lo que de verdad ocurrió es que el
mundo crucificó al mundo y el pensamiento que creyó oponerse a lo
real se volvió contra sí mismo. En tanto sigamos creyendo que la
impermanencia, la decadencia, el dolor y la muerte son reales,
seguiremos crucificando a Cristo; es decir, seguiremos oponiéndonos
a la verdad. Y no sólo esto, sino que en tanto deseemos vivir en
este mundo de apariencia y al mismo tiempo queramos escapar de lo que
este mundo es, impermanencia, decadencia, dolor y muerte, estaremos
afirmando nuestra creencia de que es posible que haya algo más
aparte de lo real y por tanto alimentando la persistencia de la
ilusión.