Cuando contemplamos un paisaje sumido en la bruma es difícil
hacerse una idea exacta de lo que vemos; los contornos se difuminan y no es
fácil saber dónde acaba una cosa y empieza otra. Nuestra idea del mundo es muy
parecida a esa imagen del paisaje dominado por la bruma, ya que una mente
dividida no puede ver con claridad. Lo que vemos del mundo no es el mundo
realmente, sino nuestra idea del mundo, la cual tiene más que ver con nosotros
mismos que con algo exterior a nosotros. En realidad no hay nada fuera de
nosotros y por tanto no podemos ver más que las imágenes que nuestra propia
mente crea. El mundo no tiene existencia autónoma, depende de nosotros para
existir. Y por otra parte, no hay muchas mentes, sino una sola y es en esta
única mente donde el mundo aparece como una imagen más parecida a un sueño que
a algo real. Lo real es único, permanente e indivisible; lo irreal es múltiple,
impermanente y dividido. No somos capaces de recordar cómo la idea de la
división apareció en nuestras mentes, pero lo cierto es que nos encontramos en
el mundo a causa de esa idea. La creencia de que yo soy único e independiente,
diferente a cualquier otro y separado del resto del universo ha dado lugar al
mundo y a mí en él. En esta idea de división tienen su raíz todos los males, la
enfermedad, la muerte, la carestía, el odio…, así como el temor que les tenemos. Mientras sigamos asentados en esa creencia sin siquiera
cuestionarla sentiremos separación y dolor. Pero cuando vengamos a descubrir la
verdad, que no hay separación, que todos somos uno y lo mismo, caerán los muros
que han creado la ilusión. Entonces la niebla se disipará y podremos ver una
realidad luminosa y fuera del tiempo
donde no hay lugar para ningún temor pues nada hay que pueda amenazarla.
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