domingo, 7 de mayo de 2017

La bruma

Cuando contemplamos un paisaje sumido en la bruma es difícil hacerse una idea exacta de lo que vemos; los contornos se difuminan y no es fácil saber dónde acaba una cosa y empieza otra. Nuestra idea del mundo es muy parecida a esa imagen del paisaje dominado por la bruma, ya que una mente dividida no puede ver con claridad. Lo que vemos del mundo no es el mundo realmente, sino nuestra idea del mundo, la cual tiene más que ver con nosotros mismos que con algo exterior a nosotros. En realidad no hay nada fuera de nosotros y por tanto no podemos ver más que las imágenes que nuestra propia mente crea. El mundo no tiene existencia autónoma, depende de nosotros para existir. Y por otra parte, no hay muchas mentes, sino una sola y es en esta única mente donde el mundo aparece como una imagen más parecida a un sueño que a algo real. Lo real es único, permanente e indivisible; lo irreal es múltiple, impermanente y dividido. No somos capaces de recordar cómo la idea de la división apareció en nuestras mentes, pero lo cierto es que nos encontramos en el mundo a causa de esa idea. La creencia de que yo soy único e independiente, diferente a cualquier otro y separado del resto del universo ha dado lugar al mundo y a mí en él. En esta idea de división tienen su raíz todos los males, la enfermedad, la muerte, la carestía, el odio…, así como el temor que les tenemos. Mientras sigamos asentados en esa creencia sin siquiera cuestionarla sentiremos separación y dolor. Pero cuando vengamos a descubrir la verdad, que no hay separación, que todos somos uno y lo mismo, caerán los muros que han creado la ilusión. Entonces la niebla se disipará y podremos ver una realidad luminosa  y fuera del tiempo donde no hay lugar para ningún temor pues nada hay que pueda amenazarla.

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