domingo, 30 de octubre de 2016

La nueva revolución

Hasta este momento ha habido tres grandes revoluciones en la historia conocida de la humanidad. La primera de ellas fue la llamada "revolución neolítica", en la que el ser humano pasó de nómada a sedentario, aparecieron la agricultura, la ganadería y la producción de objetos manufacturados. En este periodo nacieron la escritura y las grandes religiones; aparecieron también las ciudades, cuyos habitantes se dividieron en castas determinadas por la posición social y la ocupación de las personas. Tras ésta, con diferencia la más larga en el tiempo, vinieron la revolución industrial y por último la revolución tecnológica. Estas dos, mucho más breves en el tiempo, son como una sublimación de la primera y no requieren mayores explicaciones porque las conocemos bien, aunque podría decirse que en ellas se ha acentuado el materialismo que venía creciendo en Occidente sobre todo desde el Renacimiento y del que en nuestro tiempo se ha contagiado en buena parte la cultura oriental.

En la actualidad las religiones se han distanciado de las personas porque ya no responden a las cuestiones que les inquietan y se han quedado ancladas en una concepción que pertenece a otro tiempo. Aun así, enajenados por la cosificación a que nos han conducido las revoluciones anteriores, el sentimiento de haber perdido el norte y con él nuestra propia esencia, nos ha empujado con fuerza a buscar algo más que lo puramente material. Y en esa búsqueda que nunca ha sido ajena a la humanidad, pero que ahora se manifiesta con fuerza en el ámbito colectivo de Occidente, se nos presenta una nueva forma de entender el mundo y a nosotros en él. Y esto es lo extraordinario, que fruto de esa búsqueda, en estos días en que vivimos está teniendo lugar una nueva revolución a la que podríamos llamar "revolución de la conciencia". Tras una larga y oscura noche el alba se anuncia ya en el horizonte, y aunque son muchos, la mayoría, los que aún duermen, también son muchos los que han salido de la comodidad del sueño para contemplar la salida del sol. Que esa primera claridad del alba está ya teniendo lugar queda bien patente en acontecimientos como éste:

El poder del ahora, por Eckhart Tolle


Y como éste:

II Foro de Espiritualidad Viento del Sur. Fidel Delgado


Y en libros como este:

"Muchas vidas, muchos maestros", de Brian Weiss


Y por supuesto en este libro extraordinario:

Texto de "Un curso de milagros"

sábado, 29 de octubre de 2016

Profundo mar

Profundo mar
sólo en la superficie
somos tú y yo

Más allá de ella
en la hondura del Ser
somos sólo Uno


Amanece una mañana de otoño con el cielo entre claros y nubes oscuras que no se deciden a mojar la tierra. La temperatura es agradable, más alta de lo normal para este tiempo. Camino hacia la playa. En mi mochila llevo un bidón de plástico con un poco de agua a la que he añadido unas gotas de vinagre de manzana (me sorprendo al comprobar su agradable sabor), unas zapatillas para caminar por el agua, una toalla y poco más. Al llegar a la playa me quito la ropa y me quedo en bañador. Sopla un levante no muy animado, pero la mar está movida. Las olas vienen del sureste y mueren en la orilla enroscándose justo en el momento de caer con fuerza sobre la arena en explosión de blanca espuma. Camino con zapatillas mojándome los pies, pero luego me descalzo para sentir la arena en mis plantas. Aspiro lenta y profundamente el aire del mar saboreando el olor del salitre. Siento cómo la ilusión de ser dos se va desvaneciendo y aparece la certeza de la unidad. Al llegar al final de la playa dejo la mochila sobre la arena y camino hacia el mar. Poco a poco voy sumergiendo mi cuerpo en las olas. El agua está tibia, casi a la misma temperatura que el aire. Pienso que el mar podría dañarme, podría arrastrarme adentro y ponerme en peligro. Eso me lleva a cuestionarme la unidad que antes experimentaba. Pero siento que el daño que podría hacerme sería un daño superficial, que jamás podría dañarme en lo profundo, porque es ahí donde somos uno. Estamos acostumbrados a percibir sólo lo superficial, tanto que hemos llegado a pensar que es lo único que hay. Es como si al contemplar el mar creyésemos que no hay más que la superficie. Tenemos miedo porque es ahí, en la superficie, donde se manifiestan con toda su fuerza las tempestades. Es por eso que cuando una ola mayor que las demás se dirige hacia mí prefiero sumergirme en la hondura y dejar que pase. Luego vuelvo a salir, cuando la superficie está más calmada. Igual en la vida. Cuando la tempestad arrecia es mejor refugiarse en la hondura y esperar que pase el temporal. ¿De qué sirve luchar contra las olas cuya fuerza es tan grande? Es mejor dejarlas pasar, si es posible desde lo hondo, donde la unidad que somos nos hace menos vulnerables. En la superficie somos dos, el mar y yo, y ahí existe el peligro. En la hondura somos uno y el peligro se desvanece. Pero en la vida la mayoría de nosotros, igual que en el mar, estamos obligados a movernos en la superficie la mayor parte del tiempo. Por eso buscamos siempre el resguardo de algún abrigo cuando el mar abierto está embravecido. Pero si el temporal nos sorprende dentro del mar nos vemos obligados a navegar procurando ofrecer la menor resistencia al viento y las olas. Igual en la vida, si los acontecimientos son inevitables es inútil ofrecer resistencia, hacerlo nos agotaría y nos haría aún más vulnerables. Es mejor aceptar y no ofrecer resistencia. Eso preservará nuestras fuerzas para salir indemnes si tal cosa es posible.


Todos los ríos van a dar al mar, aunque sea a través de otros ríos mayores; por eso aparece el mar tan a menudo en la literatura como símbolo de la muerte. Pero también vemos que el mar es maestro de vida porque todo lo que en él acontece la recuerda. Son manifestaciones de la unidad. Unidad de la vida y la muerte, de los seres y la Naturaleza, de lo creado y lo increado. Pero si permanecemos en la superficie esta unidad no será visible para nosotros.

domingo, 23 de octubre de 2016

El Conocimiento es uno

El Conocimiento es uno, uno solo. Otra cosa es que para entendernos lo dividamos o parcelemos en conocimiento científico, filosófico, teológico, lingüístico... Pero esto ocurre por la misma estructura de nuestra mente y nuestro pensamiento, capaces de conocer únicamente de manera fragmentaria. Pero aquello que aspiramos a conocer, la realidad, es algo entero, único e indivisible. La realidad a conocer no es algo plano, se asemeja más a un poliedro o una esfera, y como cualquier cuerpo espacial de estas características, no puede ser contemplada en su totalidad, únicamente podemos aspirar a contemplarla de manera parcial. Esto conlleva que por amplia que sea nuestra perspectiva siempre será limitada. El conocimiento científico, por ejemplo, es una perspectiva basada en tomar en consideración únicamente aquello que puede ser medido y experimentado. Pero si al adoptar esta perspectiva, tan válida como cualquier otra, se olvida que es precisamente eso, una perspectiva más entre las muchas posibles, se está cayendo en el error de atribuir a la realidad una característica que no tiene, la de ser plana o unidimensional, con lo que ese error viciará todo el conocimiento subsiguiente. De todas formas la realidad está ahí, tal cual es, y por más que nos empeñemos en reducirla a una sola dimensión su verdadero ser desbordará continuamente los límites que queramos imponerle. Por eso resulta alentador ver que las distintas ramas del conocimiento empiezan a tomar conciencia en la actualidad de sus limitaciones y al mismo tiempo, conforme avanzan en sus indagaciones, parecen confluir en un centro del cual irradia todo conocimiento.

Hace unas semanas pude ser testigo privilegiado de esta feliz confluencia. Asistí a un congreso en el cual intervinieron cinco ponentes: un teólogo, sociólogo y psicoterapeuta, una catedrática de física, un economista, una médico y un psicólogo, todos ellos magníficos representantes en sus campos del conocimiento. Tras oír a los cinco tuve la sensación de que todos vinieron a decir lo mismo, sólo que cada uno lo dijo desde su punto de vista. Es decir, todos ellos describían una misma realidad, pero lo hacían desde un lugar distinto, aquel donde vital e intelectualmente se encuentran. Si quisiera precisar más diría que dos de ellos, el teólogo y el psicólogo, nos dieron una visión más amplia, lo cual viene a confirmar esta idea, puesto que ambas perspectivas son tal vez las de mayor amplitud entre las otras. En fin, juzgue quien disponga del tiempo y la inquietud suficientes:



miércoles, 19 de octubre de 2016

El silencio es la respuesta

¿Qué puede decirse sobre una realidad que va más allá de quien la piensa? ¿Qué puede decir el pez sobre el océano o el ave sobre el aire? Solo puede decirse que esa realidad ES y que es de ese SER con mayúsculas del que todos los demás toman su existencia. Ante lo inefable alguien dijo que el que habla no sabe y el que sabe no habla. Puesto que nada puede decirse es mejor callar. Pero no es este un silencio cualquiera, es un silencio pleno de sentido. No es el silencio del que calla porque no sabe qué decir, es el silencio del que calla porque cualquier palabra es insuficiente. Es el silencio del que siente que “Los cielos proclaman la gloria de Dios y pregona el firmamento el poder de sus manos” (Salmo 19). Y es que al hablar de lo Absoluto el lenguaje se revela ineficaz, siendo necesario recurrir continuamente a metáforas y forzar el sentido y el significado de las palabras. Y es comprensible que suceda así, puesto que el lenguaje no es sino la expresión del pensamiento, el cual es producido por la mente en su intento de comprender lo que existe. En consecuencia los límites de la mente son también los límites del lenguaje. Cuando la mente intenta encerrar en sus límites, es decir, delimitar en conceptos, pensamientos o ideas aquello que de por sí es infinito se encuentra con que no puede adoptar más que dos posiciones: o bien falsea la realidad consciente o inconscientemente creando otra que no se corresponde con ella, pero que le resulta útil para darla por conocida, o bien se da cuenta de que cualquier concepto o idea que forme sobre ella será siempre inexacto, incompleto e insuficiente. La primera posición supone caer en la confusión de tomar la realidad por el concepto que de ella se tiene. Pero cuando se hace esto con lo Absoluto, lo que se está haciendo es crear un ídolo al tomar por absoluto lo que es relativo, y de aquí surgen el enfrentamiento y la intolerancia hacia todo aquel que no comparta la propia idea de lo Absoluto. La segunda posición, en cambio, al tomar conciencia de su insuficiencia toma también conciencia de que todo concepto o idea sobre la realidad será siempre transitorio e imperfecto frente a la inmutabilidad y perfección de lo Real. (1)

Pero entonces, si lo Real trasciende el pensamiento, ¿no habrá otra forma de acercarse a ello que no sea el pensamiento? La respuesta es muy antigua: El no-pensamiento, la meditación. Consiste sólo en no pensar nada, no esperar nada, no desear nada. Conseguir esto es ya iluminación. La mente está en calma, el corazón tranquilo; no hay miedo, angustia, temor ni resentimiento. Es una oración perfecta, aquella en la que el favor que se pide y alcanza es la propia oración.

(1) Quien se interese por esta cuestión encontrará un excelente desarrollo de ésta y de otras conexas en la obra "¿Qué Dios y qué Salvación? Claves para entender el cambio religioso", de Enrique Martínez Lozano, Ed. Desclée de Brouwer.



sábado, 1 de octubre de 2016

Alma y Espíritu

La ciencia actual mantiene que sólo un cinco por ciento del universo nos es manifiesto, mientras que el otro noventa y cinco por ciento permanece oculto a nuestros sentidos y a nuestros instrumentos de observación, aunque sus efectos sí son observables; y precisamente por eso, para explicar esos efectos, la ciencia propone que existe en el universo un veinticinco por ciento de materia oscura y un setenta por ciento de energía oscura; y las llama “oscuras” porque no son manifiestas. Curiosamente, algunos estudiosos de la psique humana y del ser humano en general proponen una teoría parecida y mantienen que sólo el cinco por ciento del ser humano es manifiesto, mientras que el noventa y cinco por ciento no lo es. Es una curiosa coincidencia que nos podría llevar a pensar que tal vez no sea una simple casualidad, sino una consecuencia de que nosotros, los seres humanos, formamos parte del universo y estamos hechos de la misma materia y la misma energía que las galaxias.


En este sentido, es interesante la distinción entre alma y espíritu. El alma es individual, mientras que el espíritu es universal. ¿De qué modo se articulan? Para explicarlo resulta útil servirse de una metáfora, la del agua. El agua es una; es decir, no hay sino un agua, solo una; aquella que los químicos definen como formada por moléculas con dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Sin embargo, ¡que variedad de aguas existen en nuestra Tierra!; casi ilimitada. Pero tal diversidad de agua, viene dada por ese pequeño porcentaje de impureza que lleva el agua añadida; esas sales, esos minerales que se han integrado en ella y que le dan unas características que la hacen distinta a cualquier otra agua sin dejar por ello de ser agua. Pues bien, de forma muy parecida, el Espíritu es solo uno; no hay otro, solo hay un Espíritu, y de él proceden todas las almas, que son como pequeños charquitos de agua, de espíritu, al que se han agregado algunas impurezas. Esos agregados, esas impurezas, son las que hacen a cada alma distinta de cualquier otra, pero el Espíritu no se ve afectado por ello y, como el agua, cuando retorne hacia lo alto será de nuevo espíritu puro. Mi ego, mi yo pequeñito, no es más que eso, el conjunto de agregados al Espíritu Uno. Como individuo soy muy poca cosa, como quedará patente cuando desaparezca y no se sepa más de mí. Pero también soy un Yo con mayúsculas, ese que Es, que permanece, que no se ve alterado por nada; al que nada puede dañar ni menoscabar. Si me olvido de ello y sólo vivo atento a mi pequeño yo reduzco mi ser a su mínima expresión, vivo en un rincón de la existencia. ¿No es esto un desvarío?

Una madre

La mamá gata
¡qué atención con su cría!
¡cuánto amor!

Tras la lluvia

Alto en el cielo
arden nubes de ocaso 
tras la lluvia