Puesto que el Ser es Uno, todo cuando existe es su
manifestación. La multiplicidad que podemos ver en la existencia es
consecuencia de las ilimitadas posibilidades de manifestación del Ser; y esta
no limitación proviene de su cualidad de infinito; cualidad que sólo a Él puede
ser atribuida. Las posibilidades pueden encontrarse en estado manifiesto o en
estado no manifiesto; es decir, pueden haber alcanzado el plano de la
existencia o pueden permanecer en un
plano previo a la existencia y por tanto no manifiesto. En el estado no
manifiesto las posibilidades están en la mente del Ser, por decirlo así, y
permanecen ahí en tanto Él no decrete su existencia. En ese estado el paso a la
existencia no es una necesidad, sino tan sólo una posibilidad cuya realización
depende exclusivamente de la voluntad del Ser. Ahora bien, cuando la
posibilidad, por la voluntad del Ser, pasa de la no manifestación a la
manifestación, su existencia, por esa misma voluntad, se convierte en
necesaria. Todo cuanto existe ha sido previamente posibilidad en la mente del
Ser, aunque esta expresión, "previamente", no implica que la posibilidad esté inmersa en el tiempo,
dimensión que es inherente al estado de manifestación que conocemos, pero que
no tiene que encontrarse necesariamente en toda manifestación. Todo cuanto
puede ser imaginado por los que poseemos esa facultad es también posibilidad,
pero no puede alcanzar la existencia más que por la voluntad del Ser, salvo que
Él atribuya a los seres existentes la facultad de traer a la existencia nuevas
posibilidades, pero esto no cambia el hecho de que sólo a Él pertenece esa
facultad.
Cada uno de nosotros es una posibilidad
manifiesta, y por tanto transmutada de posibilidad en necesidad por la voluntad
del Ser. La forma y apariencia de nuestro cuerpo y las facultades y capacidades
que lo acompañan son la manifestación de lo que previamente fue una
posibilidad, pero alcanzada la existencia son ya necesidad por voluntad del
Ser. Es posible que no estemos contentos o conformes con nosotros mismos, y que
apreciemos en otros cualidades o formas que desearíamos poseer, pero en cuanto
cada uno de nosotros es una manifestación producto de la voluntad del Ser,
desear que esa manifestación sea diferente a como es no tiene sentido más que
en el ámbito del querer, de nuestro propio querer, el cual, por otra parte,
está siempre limitado y condicionado por el alcance de nuestro conocimiento. Si
este conocimiento fuese suficiente deberíamos aceptar que cada posibilidad
manifiesta es por esto mismo necesaria. Sin embargo, no por ello puede negarse
que la no limitación de las posibilidades conlleva que muchas de ellas resulten
dolorosas para quien, habiendo recibido el entendimiento se encuentra limitado
y como preso en los estrechos márgenes de la posibilidad cuya manifestación le
ha traído a la existencia. Esta no conformidad es una opción que tan sólo se
presenta ante el ser humano; o al menos cabe decir que es así en el nivel de
manifestación que conocemos. Por otra parte, hay que considerar que los seres
manifestados están sometidos a las leyes que rigen el plano de existencia en el
que se encuentran; leyes que en nuestro
caso son fundamentalmente las derivadas de la condición espacio-temporal de
nuestra existencia. De aquí los accidentes de todo tipo que pueden
sobrevenirnos y cuyas consecuencias pueden modificar sustancialmente los
márgenes y límites de nuestras vidas. Hay que considerar también las opciones
ante las que nos encontramos en el vivir. A veces son numerosas, a veces mucho
más limitadas, pero en cualquier caso, prácticamente siempre nos es dado elegir
más de una opción. A estas opciones podríamos llamarlas “modos de estar”. Puede
ocurrir que tras haber elegido entre varias opciones o modos de estar, nuestra
vida discurra por unos márgenes que no nos satisfagan y sintamos que hubiese sido preferible otra opción distinta a aquella que elegimos. Si ya
no nos es posible cambiar la opción elegida es casi seguro que nos sobrevendrá
el dolor, al igual que ocurrirá si estamos disconformes con las condiciones recibidas
al principio de nuestra existencia. Lo mismo puede suceder si los márgenes de
nuestra vida se ven estrechados por algún accidente de aquellos a los que antes
hicimos referencia, aun cuando nuestra voluntad no haya tenido nada que ver en
ello. En cualquier caso, parece cierto que el dolor es siempre producto de
nuestro querer, de nuestra voluntad, la cual desea otra cosa distinta de aquella
que ha tenido lugar, y el hecho de no poder ver satisfecho ese deseo produce
dolor. Éste aparece porque no podemos cambiar aquello que desearíamos fuese
distinto. Ante eso parece claro que la única posibilidad de evitar el dolor es
la aceptación de lo que somos y de lo que acontece en nuestra vida, sea por
nuestra causa o por causas que no sean consecuencias de nuestros actos. Pero la
aceptación no es posible si no hay sumisión a la voluntad del Ser; sumisión que
se hace muy difícil si no hay conocimiento. Ahora bien, ¿es la ausencia de
dolor lo mismo que la felicidad? Indudablemente no, ya que la felicidad es algo
positivo y por lo tanto su definición no puede ser negativa. La ausencia de
dolor es más propia de todo aquello que no posee conciencia. Podemos afirmar
que una piedra no padece dolor, pero esto no nos autoriza a afirmar que es
feliz. La felicidad, al consistir en algo positivo es propia de los seres
conscientes y ha de consistir para ellos en la presencia de cualidades
positivas y no en la ausencia de dolor. La felicidad perfecta sólo es posible
para el Ser; en tanto que para los demás seres sólo puede consistir en participar de esa
felicidad. La felicidad es, pues, propia del Ser, pero puede ser compartida por
aquellos que tienen conciencia, los cuales manifiestan esa conciencia por medio
de la sumisión al Ser. ¿Cómo puede aplicarse esto en nuestras vidas? Yo diría
que por medio de tres palabras, las cuales representan un modo de ser y de
estar en la vida que hemos recibido. Estas tres palabras son: Aceptación,
Oración y Agradecimiento. Aceptación porque todo proviene de la voluntad del
Ser; Agradecimiento porque a Él le es debido y Oración porque no es posible dar
sentido a las otras dos palabras sin ella.