martes, 25 de febrero de 2014

El Ser no existe



Decir que el Ser no existe parece una contradicción. Y sin embargo, es así: El Ser no existe, el Ser es. ¿Cómo se explica esto? La clave para entenderlo está en la propia palabra existir. Esto es porque se trata de un conocimiento tan antiguo como el mismo lenguaje.  Cuando Moisés subió a la montaña sagrada y vio al Dios de Abraham en la forma de una zarza ardiente, al preguntarle Moisés su nombre Él  respondió: “Yo soy el que soy”. Hay aquí, en tan pocas palabras, un profundo contenido. Él es el que es porque sólo Él es por sí mismo; es decir, sólo Él es de manera independiente; sólo Él es y no puede dejar de ser. En cambio la existencia es propia del hombre y de todos los demás seres. Ni el hombre ni ninguna otra criatura tiene ser por sí mismo. El hombre es dependiente por naturaleza; es decir, necesitado y menesteroso. Existir viene de ex – stare,  estar fuera de. El ser humano no es, sino que está, y ese estar es estar fuera de su origen. El Ser no existe ni puede existir porque no puede estar fuera de Sí Mismo. De esta forma se podría decir que en el ser humano confluyen dos naturalezas, la del que está fuera de su origen  y la del que recuerda y añora ese origen y en la medida en que lo recuerda y lo añora desea regresar a Él. Son el horror y la maravilla; ambos sentimientos tienen cabida y justificación en el hombre,  y su equilibrio es un saber estar en el mundo, mientras que el predominio de alguno de ellos es estar dominado por la caída o por su contrario, el recuerdo del origen. Esta naturaleza de exilado se manifiesta ya en el niño,  que antes de nacer se encuentra en el seno materno del mismo modo que el hombre antes de existir, y que tras el nacimiento viene a existir, es decir, a encontrarse fuera de ese origen en el que reinaba la paz. Entonces el llanto del niño está plenamente justificado por el dolor de la separación, pero pronto la risa también estará justificada por el encuentro con la madre, aunque ahora ésta aparezca como otro ser distinto. 

 

Pueden extraerse muchas consecuencias de este conocimiento. Por ejemplo, si yo no soy, sino que tan sólo existo, ¿cómo voy a encontrar en mí las cualidades? Es decir, la nobleza, el bien, la verdad, la justicia, el poder, la belleza…  Estas cualidades son propias del Ser, y por tanto no pueden encontrarse en mí más que de forma accidental y subordinada.  

 


Reconocer mi dependencia y mi indigencia me lleva a ser más realista y con ello más humilde, de tal forma que puedan realizarse en mí aquellas palabras de San Agustín cuando decía: “La humildad consiste en que te conozcas a ti mismo”; sentencia ésta de sentido muy parecido a aquella otra que se atribuye al Profeta del Islam: “Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor”.